2015, Julio

Viaje en Familia. Brasil

La serpiente monetaria se detiene al menos unos segundos, en situaciones concretas que escapan a su moldura, a su acecho. No tienen local. Están en la calle. En la playa. Sus recorridos son itinerantes, no prefijados. Solo te exigen que le pagues lo que consideres por su trabajo. Así se mueven; sin tarjetas de crédito, sin caja. Simplemente con sus mochilas llenas de cuadros por pintar. Caminan, se detienen, se ofrecen a recrearte su puerto, su mar, sus palmeras y la arena, su identidad. Paisajes que el visitante imagina en algún momento del día, pero que sólo el artista reconoce como suyo. No colocan “Porto Galinhas” en su obra, tal recuerdo de viaje. Sólo el nombre de quién la creó. Ese Nosotros que se nombra y que con la sustracción de lo ridículo lo trasciende. Niños artistas. 

Algunos llevan casacas de la asociación que los identifica y se los reconoce en tanto tales. Se es jangadero por historia. Propio de una cultura popular, se aprende a serlo a partir de un legado y por experiencia, que se transmite de padres a hijos. Y es así como en cada paseo, en el empuje a palo a mar abierto, reactualizan sentidos de antaño cuando la jangada trasladaba madera y caña. Hoy transportan extraños pero lo hacen con la pasión necesaria para que aquél que tiene la oportunidad sienta que ellos son junto a los peces, los corales, el mar y la arena, y que solo dependen del sol y la luna. Pueblo de pescadores. 

Frente a lo mecanizado aflora lo manual, el uso del cuerpo. La rusticidad en ese palo que al apoyar sobre el suelo funciona como palanca de empuje al bote, y cuya velocidad depende no solo de la fuerza sino de la destreza en su uso. O en esas palmas pequeñas, en esos dedos delgados, que rozan sobre la cerámica y se expresan sin ningún otro artefacto que no sea lo que le permite la mano y el don. 

Porto de Galinhas

Julio en Brasil

7/28/2015 1 min read